viernes, 26 de agosto de 2011

Discurso fiesta de graduación - Psicología (1999)

          Resulta muy difícil, y es un gran honor para mí, hablar en representación de un grupo tan heterogéneo. Mi idea hoy es mostrar algunas características que nos identifican como “estudiantes de psicología”.
          Me acuerdo del primer jueves de la carrera, materia Psicología General – grupo de trabajos prácticos. Yo llegaba todo durito, como me habían enseñado en el colegio y en mi fugaz paso por la facultad de Derecho. Nos hacen sentar en semicírculo y nos proponen lo siguiente: “Para presentarnos, cada uno pase al pizarrón y escriba una palabra que lo represente, explique por qué eligió esa palabra y por qué eligió la carrera”. Se imaginan lo que fue eso, todos miramos a la puerta con ganas de salir corriendo… “¡Están todos locos acá!”… “¡Me van a analizar!” (terror clásico frente a cualquiera que venga de la rama psi). Se ve que salir corriendo nos pareció que iba a ser interpretado de peor manera, así que nos quedamos. Frente a la primer pregunta aparecieron respuestas muy piolas o, mejor dicho, “muy significativas”, como estamos acostumbrados a decir ahora.
          Entre esas palabras alguno dijo “bolso, porque me gusta que me lleven pero a la vez me gusta llevar a los demás”. Otro dijo “oreja,  porque me gusta escuchar… Yo dije “bohemia”, en parte porque era como un ideal, vivir independientemente de lo material… y en parte, para hacerme el canchero (facultad de psicología, lleno de minitas…).
          A la segunda pregunta, sobre por qué habíamos elegido la carrera había algunos que, como cuando llevo a mi novia a un restaurante y dice: “¿tiene manteca?” -“Sí” -“Entonces no”, al ver las distintas carreras decían: “¿Es de hacer cuentas?” -“Sí” -“Entonces no”.
          Pero bueno, así fuimos creciendo y aprendiendo las primeras nociones de Psicología. Llegaba Freud con su teoría de la sexualidad… complejo de Edipo… ¡Sexualidad infantil! ¿qué era eso de la sexualidad en los niños?. Después alguno de nosotros iba a una reunión familiar y al saludar a un bebito le dábamos la mano… no vaya a ser que le despertáramos algún instinto impropio. Seguíamos con Freud y algún otro le decía a la novia: “mi amor, si te seguís reprimiendo así te vas a enfermar”… y no había caso, por más que le recitara el diccionario de Laplanche y las obras completas de Amorrortu, no iba a dar el brazo a torcer. Después de Freud venía Melanie Klein… y ahí ya al bebito ni lo saludábamos, por miedo a que nos clavara un cuchillo por la espalda. Era imposible incorporar todos esos conceptos sin sufrir algún tipo de cambio. Después de la clase de paranoia íbamos todos armados a la facultad.
          A medida que avanzaba la carrera pasábamos a ser el terror de nuestros amigos y familiares, ese terror del que les hablaba antes… cualquier comentario que hacías: “¡Me estás analizando!”. Es terrible… como si los médicos vieran esqueletos en vez de personas.
          Pero bueno, de golpe empezamos gesticular más cuando hablamos… usar palabras como “vivencia”, “empatía”, “neurosis”… Los de las otras carreras nos escuchan hablar al hacer un informe y se esconden, no vaya a ser que les caiga uno de esos diagnósticos asesinos sobre la cabeza.
          Y esta forma de ser se va convirtiendo en el arma infalible de los psicólogos: tanto de los profesores como de los alumnos… ¿Quién no se acuerda de Griffa en primer año cuando para hacernos callar decía algo así como: “¡qué particular es el mes de Octubre, cómo todos se vuelven tan…” o si no: “¿o por qué piensan que hoy están tan inquietos?”. Automáticamente se callaba toda la clase y se cruzaba de brazos y de piernas. O a mí, una vez una profesora para retarme porque me había quedado dormido en clase, me dijo frente a mi excusa: “tené en cuenta que nosotros miramos lo verbal y lo no verbal”.
          O nosotros, sin ir más lejos, discutiendo con un profesor por un parcial en el que, presumíamos, la performance había sido pobre: “es que no nos sentimos contenidos frente al impacto de la consigna”, “habría que ver qué está pasando con esta materia”, “fueron muchos contenidos nuevos y no estamos acostumbrados a ese lenguaje, no lo pudimos asimilar”.
          Otro gran tema del estudiante de psicología es el de los informes: Joaquín Garat tiene una frase brillante que dice así: “¿qué sería de los informes si no tuviéramos la dependencia y la impulsividad?”. Y así íbamos, al principio haciendo ensaladas de conceptos que teníamos pegados con saliva y quedaban cosas como: “de acuerdo al material recabado a lo largo de las distintas técnicas administradas durante el proceso psicodiagnóstico, se podría conjeturar que la sujeto presenta una estructura de personalidad de tipo bla bla bla, con un poquito de esto y alguna pizca de aquello…” Ya más al final los “informes” iban tomando “forma”.
          En fin, más allá de todas estas caricaturas… perdón, “estereotipias”, de lo que es el estudiante de psicología, y, a pesar de ser un grupo tan heterogéneo (como dije al principio), hay un factor que es común a todos los que emprendimos este camino. Factor común que estaba como semilla en aquellos primeros días cuando al presentarnos tirábamos al pizarrón palabras con no tan poco sentido. Detrás de ellas, y dentro de nosotros hay algo que se llama “vocación de servicio”. Todos, de alguna manera, sigamos la especialidad que sigamos, llevamos dentro ese llamado a ayudar a los demás, a poner en juego nuestra persona entera para permitir que otros vivan más plenamente. Como dice nuestro más que profesor, maestro, el Dr. Guarna, lo que cura es el amor del terapeuta. O sea que, en última instancia, nuestra herramienta de trabajo es el amor, y eso, además de ser una característica que nos identifica, es un gran desafío.

                                Muchas gracias.

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